viernes, 14 de noviembre de 2014

Años de más

Quizás noviembre sea mi mes favorito. No es esperanzador como junio, que anticipa un verano que siempre tarda en llegar. Tampoco es como agosto, lleno de ilusión y locuras, ganas y amor. Ni mucho menos, como enero, que dice que todo lo puede.

Noviembre llega despacio y sin hacer ruido. Noviembre es el olor a castañas y la sonrisa de aquella señora que las cuece, la de cada año y donde cada año. Noviembre es una manta y un café humeante en un día de lluvia. Es un abrazo bajo el edredón y cuellos que se enrollan a bufandas que huelen a recuerdos. Son abrigos nuevos y zapatos rescatados del cajón. Son ganas que se desnudan. Años de más y meses de menos.


Noviembre es empezar de cero. Es decir adiós al verano que ha tardado en irse y dar la bienvenida al frío que muchos esperaban con ansias. Noviembre es nostalgia. Y darse cuenta de que el año ha pasado demasiado deprisa. Y automáticamente, son balances, de los retos que hemos podido cumplir y aquellos que abandonamos la primera semana. Balances, y valoraciones y quizás también algunas lamentaciones. Porque, sin que nos hayamos dado cuenta, noviembre se nos ha echado encima.

Las luces de navidad ya empiezan a adornar las calles más inhóspitas y también las más majestuosas. Los gorros y guantes nos piden que los saquemos a pasear. Las tardes en la cafetería de la esquina se convierten en la mejor opción y los cumpleaños se celebran en casa, con aquellos que de verdad nos importan. Nada de barbacoas en las que todo el mundo está invitado, aunque debo admitir que se echan de menos.

Noviembre es mi mes. Hoy es mi día. Y lo único que puedo hacer es dar las gracias. A la vida, que es extraordinaria aunque a veces se nos olvide. A mis padres, por haberme dado tanto, por ser mis incondicionales. Gracias a mi familia por quererme siempre aunque se haga difícil. A mis amigas, por estar ahí día sí y día también. A él, a ellos. A todos los que me han hecho reír, y gracias también a los que me han hecho llorar, porque de todo se aprende. A  los que me han animado a que siga mis sueños y a los que han hecho posible que los consiga. Gracias a todas las personas importantes en mi vida, aquellas que hacen que todo tenga sentido y sin las cuales nada valdría la pena.


Noviembre es mi mes. Hoy es mi día. Un viernes de etiquetas y deseos, de sueños y promesas. Un viernes cualquiera, pero sin duda un viernes especial.

-M.

domingo, 12 de octubre de 2014

Y vivieron felices

Examinaba cada detalle con minuciosidad de artista. Desdibujaba cada beso, cada te quiero.  Rebuscaba entre sus recuerdos intentando averiguar en que momento lo suyo dejó de ser real. Pintaba sonrisas de acuarela y lágrimas saladas. Y se repetía que era demasiado mayor para creer en cuentos de hadas.

Y día tras día, el mismo pensamiento conquistado por el deseo de volver atrás. ¡Qué pasión más masoquista! ¡Qué chica tan estúpida, que sueña despierta, que ríe por no llorar, que no quiere dejar de quererle!

Porque siempre le pareció imposible.

Desde que lo vio supo que perdería todas las batallas que a él le enfrentasen. Y así fue. Perdió su independencia, su orgullo y su mirada pícara. Por perder, perdió hasta el norte. Su mundo se paralizó, y él paso a invadir cada uno de sus pensamientos, cada espacio de su intimidad, cada poro de su piel. Era ÉL. Y ambos lo supieron.

Jugaron durante meses a quererse, a respirar sus deseos, a predecir sus sentimientos. Desafiaron al tiempo robándole horas a los segundos. Pasearon de la mano durante largos días y eternas noches. Se aprendieron de memoria el sabor de sus besos y la amargura de sus despedidas. Fusionaron sus almas y fueron vida. Pero quisieron ser más. Y mejor.



Pero en algún momento entre el amor y la obsesión, los renglones de su historia empezaron a escribirse torcidos. Recurrieron a los recuerdos hasta que la realidad se hizo demasiado latente. Y el silencio escribió el final de su historia.

Poco más supieron el uno del otro. Ella analizaba cada segundo que pasó a su lado; él se empeñaba, sin éxito, en olvidarla.



Pero su amor siempre había sido demasiado fuerte. Y del mismo modo en que los separó, los volvió a unir. Ya no con esa pasión desenfrenada y esa locura propia de adolescentes. El tiempo lo hizo despacio, sigiloso y con cautela para no estropearlo. 



Y entonces, duró para siempre.



-M.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Bienvenido

Bienvenidos los llantos y las noches sin sueño. Bienvenidas las primeras sonrisas y los centímetros imprescindibles. Bienvenidos los biberones, los pañales y la ropa que se queda pequeña.

Bienvenido a casa. Y bienvenido a un viaje que, por suerte, hacemos juntos.


No puedo asegurarte que sea fácil. A penas llevo 20 años aquí y he sentido pena, rabia y dolor en más ocasiones de las que querría. He llorado quizás demasiado. Me he decepcionado al ver el mundo que hemos creado y he sufrido pensando en el porvenir.

No puedo asegurarte que sea fácil. Pero te prometo que valdrá la pena: por cada experiencia que te hará crecer; por cada buen recuerdo que guardarás como un tesoro; por cada pedacito de esperanza que te impedirá abandonar cuando huir parezca la única salida. Por cada granito de arena que podrás aportar; por cada persona que conocerás, por cada lección que aprenderás y por cada sueño que cumplirás.
Por todo el amor, la fe y la belleza, valdrá la pena.

Y valdrá la pena porque, a pesar de todo el sufrimiento y el dolor, cada página en blanco es una nueva oportunidad. Y tú tienes el libro entero por empezar.

Así que tómate tu tiempo, no te asustes, ni tengas miedo a equivocarte. Porque serán tus errores los que forjaran el hombre en el que te convertirás. Déjate llevar. Quiere profundamente, saboreando cada instante y asumiendo cada una de las consecuencias. Ríe hasta no poder mas. Besa hasta que tus labios se desgasten. Imagina las historias más increíbles, y sueña los deseos más impensables. Lucha como el que más y, cuando las cosas se tuerzan, llora hasta que no caigan más lágrimas.

No puedo darte grandes consejos, pero si me lo permites, te diré que tienes por delante la mejor y más emocionante de las aventuras. Aprovéchala, aprende de ella y, sobre todo, vívela. Al fin y al cabo, la vida es un regalo, pero solo tú puedes decidir que hacer con él.

Bien venido. Y por fin llegado.

-M.

lunes, 21 de julio de 2014

Lo que esconden mis palabras

Siempre he pensado que es más fácil fingir que enfrentarse a la realidad. 

Es más fácil aparentar que no te quiero ni te busco en cada mirada. 

Es más fácil no exteriorizar lo que siento, porque al hacerlo se vuelve real. 

Es más fácil no apostar, porque así no habrá nada que perder. 

Y sin duda, es más fácil callar, porque así sobran las explicaciones. 

Sin embargo, y pese a nuestro empeño en resultar inmunes a la realidad, siempre seremos esclavos de nuestras palabras. Nos anclaremos a ellas y las usaremos, aunque no queramos, para expresar nuestros más ocultos pensamientos. 

Por eso a menudo mis palabras esconderán miedo. Miedo a darte todo lo que soy y que puedas quitármelo. Miedo a la soledad y al paso del tiempo. Miedo a ser cobarde y dejar que mis temores se impongan, apoderándose de cada uno de mis sentimientos hasta inmovilizar el menor resquicio de esperanza que me pueda quedar.

En ocasiones, mis palabras esconderán amor. Un amor que nunca pronunciaré. Un amor que quizás nunca llegue a reconocer. Pero no por eso un amor menos sincero.

Otras veces, mis palabras esconderán sufrimiento. Días, meses o años de problemas contenidos, ahora demasiado ocultos para hacerse públicos. 

En otros casos, mis palabras esconderán vergüenza e incluso falta de confianza. Cada palabra que escribo, supone para mí un gran reto. Porque cada pensamiento sobre papel es una prenda que se desliza por mi cuerpo. Y así, mis ideas escapan sigilosamente para construir las palabras que ahora escribo.

Pero siempre, mis palabras esconderán sinceridad. No hay mal interpretaciones posibles ni enredos que quepan. Lo único que esconden mis palabras es mi más sincero y profundo "YO".

Así que ya ven. Nunca escribo todo lo que pienso, aunque, en definitiva, todo lo que pienso está escondido en mis palabras. Porque no soy solo lo que digo, sino también lo que callo.

-M.

lunes, 9 de junio de 2014

Si lo nuestro es esperar...

"¿Y para qué medir el tiempo si lo nuestro es esperar? ¿Para qué sentirnos ciertos, si la vida nos da igual?"

Nos empeñamos en calcular y dominar el tiempo, ignorantes de que es él quien, en todo momento, nos hace bailar como marionetas al ritmo de su música. Y es que, al final, nos pasamos la vida esperando. A que llegue el viernes, el fin de exámenes, el verano, el hombre de nuestra vida. Y entre espera y espera, el tiempo se nos escurre por unas manos que envejecen demasiado rápido. 

Y el tiempo nos gana una batalla.

Pero en nuestro poder está ganar la guerra.

Es lunes, ¿y qué? Es el día de volver al colegio, a la universidad o a trabajar. De volver a ver a esas personas que se encargan de arrancarnos una sonrisa en nuestros peores días y de regalarnos otras tantas para hacer la rutina más fácil. Es día de gimnasio, si es que la pereza no nos vence. Es día de novedades, de contar todo aquello que el fin de semana nos ha regalado y de ver aquella serie que tanto nos gusta. Es día de encarar una semana que seguro que será sorprendente. 

Ya lo decía Serrat, "hoy puede ser un gran día". Plantéatelo así. Disfruta de cada detalle, por pequeño que sea, porque una vez pase, no volverá. Y entonces solo tendremos dos opciones: pasarnos la vida esperando a que vuelva a pasar algo, o hacer que pase.



"Yesterday is history; tomorrow a mystery; today is a gift, that's why they call it present "

-M.

lunes, 2 de junio de 2014

Y llegas tú, y me rompes los esquemas. Y todo lo que hasta ahora parecía inamovible se desvanece ante tu mirada inofensiva. Y poco a poco, del mismo modo que el cansancio vence mis párpados cada noche, tu sonrisa me va matando lentamente. 

Y mi corazón, que había jurado y perjurado no volver a enamorarse jamás, se rinde a tus deseos. Mis horarios se restablecen para compaginarse con los tuyos. Hasta mi respiración parece querer compenetrarse con la tuya.

Y lo hace. 

Y dejamos de ser tú y yo, y nos convertimos en nosotros. Un nosotros, con nuestros planes, nuestras bromas, nuestras discusiones. Un nosotros aparentemente inocente que deja de serlo con cada sonrisa de complicidad, con cada mano que se entrecruza, con cada mirada.

Y de nuevo me sorprendo a mí misma, entregándote cosas que no creía tener y prometiéndote un amor que no había pertenecido a nadie más que a mi orgullo.


Tú y tu forma de hacer que hasta lo imposible sea fácil. Porque estamos juntos, y ahora es eso lo que cuenta. Ha dejado de importar quiénes fuimos, qué quisimos o qué hicimos. Ahora solo estas tú. Tú y tus ganas de hacer que salga bien. Tú y tus promesas. Tú, y yo.

M.

lunes, 12 de mayo de 2014

Soy fan


Sin duda alguna y, a pesar de todo, me declaro fan de la vida. 

Fan de las mujeres que dejan a un lado su orgullo y dan el primer paso.


Fan de los hombres con traje que defraudan a su seriedad cuando juegan con sus hijos y se convierten, en efecto, en un niño más.  


Fan de la piscina. Y de tirarse de bomba sin importar la edad que se tenga.


Fan de los parques, que ven nacer grandes historias. 



Fan de los niños y sus miradas inocentes. 

Fan de la luna y de las estrellas.


Fan del olor a café o a gasolina. El olor a césped recién cortado, a tu colonia o al de los libros que abres por primera vez.

Fan de la música.


Fan de las fiestas y de las tradiciones. 


Fan de las reuniones, no importa que sean de vecinos, de trabajo o familiares, aunque sin duda las últimas son las mejores.


Fan de los besos desinteresados y las sonrisas sinceras.


Fan de los recuerdos y los viajes al pasado, pero siempre con la mirada puesta en el presente.

Fan del "al mal tiempo buena cara".

Fan de los amigos, los de verdad. Los que están ahí pase lo que pase y los que, a pesar de todo, te siguen queriendo.


Fan de los "hasta luego" y los reencuentros.

Fan de las vacaciones, de verano o de invierno, eso es lo que menos importa.

Fan de las flores que decoran los salones y alegran las calles.


Fan de ti. Y de cada uno de tus gestos.


Fan de los bailes en pareja, los bailes de grupo y los que se hacen delante del espejo.


Fan de la sinceridad, o la honestidad. La generosidad, la belleza y el optimismo.


Fan de los "buenos días" y las "buenas noches". 

Fan de los tacones y los bolsos caros. Pero también de los vaqueros y las camisetas básicas. Pueden resultar incluso más elegantes. 


Fan de las comidas que se convierten en cenas y acaban con un desayuno después de salir de fiesta.


Fan de la brisa del mar cuando acaricia mi cara.

Fan de las cervezas con amigos.

Fan de las tardes de lluvia acompañadas con chocolate caliente, sofá y manta.

Fan de la familia que, pese a que no es familia, se ha convertido en ella.


Fan de las noches en vela. Y las noches a tu lado.

Fan de las bañeras con sales y aceites. Y de las duchas rápidas porque "he quedado y ya estoy llegando tarde".



Fan de los viernes, y de los sábados. Pero también de los domingos, lunes y martes porque, aunque todos digamos lo contrario, también nos gusta volver a la rutina.

Fan de los padres, nuestros incondicionales. Y de los abuelos, que nos consienten lo que queremos, nos cuidan y nos defienden. 


Fan de los chistes malos que nos hacen reír.

Fan de mi cara de tonta cuando hablo de ti.


Fan del mundo, de la vida y de los sueños. Porque detrás de cada mala noticia, de cada día gris, y de cada lágrima, hay millones de motivos para mantener la esperanza, largos días de sol y mil y una razón para sonreír.


M.




viernes, 2 de mayo de 2014

Locos, tontos e ingenuos

Somos locos, tontos, ingenuos. Somos miradas, caricias y besos. Rabia, impotencia e ira. Somos  sueños, deseos y exigencias.  Somos pasión y esperanza . Somos jóvenes.

Así que no nos pidáis una decisión. Tenemos casi todas las probabilidades de tomar la incorrecta.

No apostéis por nosotros. O si. Pero sabed que nos vamos a equivocar. No una ni dos ni tres, sino millones de veces.

No nos pidáis que actuemos con cordura. Siempre antepondremos el corazón a la razón.

No creáis que nos conocéis. Cambiamos con frecuencia de opinión; nos arrepentimos de hacer unos actos que, por otro lado, anhelamos; y ni nosotros mismos sabemos lo que queremos.

No esperéis que seamos conformistas. Lucharemos por lo que creamos. Y lo haremos plenamente convencidos. Ya tendremos tiempo más adelante de acomodar nuestros ideales a la realidad.

No aceptaremos peticiones de besos. Los robados han sido siempre los mejores.

No creáis que reprimiremos nuestros impulsos. Reiremos, lloraremos y bailaremos como si nadie mirara.

No esperéis que os hagamos caso. Todo lo que nos digáis, por mucha razón que tengáis, nos parece absurdo.

Apenas viviremos el presente. Lo nuestro es el futuro. Un mundo sin corrupción, sin desigualdades y sin guerras. Un mundo compartido. O un mundo a tu lado.

Así que ya sabéis, somos inciertos e impredecibles. Quizás demasiado inocentes. Tenemos muchos errores de los que aprender, muchos consejos que seguir y muchas decisiones que tomar. Pero vivimos con ilusión y somos jóvenes. Y es que "la clave es seguir siendo jóvenes, hasta morir de viejos".


M.

viernes, 18 de abril de 2014

Hasta siempre

De las muchas e increíbles obras de Gabriel García Márquez, solo he leído una. Un pecado teniendo en cuenta que es "uno de los grandes", un referente tanto en literatura como en periodismo. Pero lamentablemente es así. Solo una: Relato de un náufrago.

Fue en el colegio, aun no tenía los 15. Y como imaginaréis, fue por obligación. El libro no tenía interés alguno para los niños adolescentes que éramos. La crítica, que habían hecho los de unos cursos más, era pésima: un libro pesado, sin acción y, consecuentemente, sin ningún atractivo. Y quizás en ese momento me lo pareciera. Ya no lo recuerdo. Lo único que recuerdo perfectamente es como García Márquez me transportó a la Colombia de 1955, haciendo que navegara a la deriva durante diez largos y pesados días en los que el mar se convertía en mi enemigo, a ratos aliado. Recuerdo la sed, el hambre y el miedo. Y recuerdo que muy pocos autores han conseguido que me sienta la protagonista de sus novelas.

Después de este libro no volví a leer nada de García Márquez. Hasta que, hace apenas unos meses, di con esta carta. SU carta. 

"Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera. Posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.   

Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. 

Dormiría poco, soñaría  más. Entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.

Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen.

Si Dios me obsequiara con un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo, sino mi alma. 

A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.

A un niño le daría alas, pero le dejaría que él sólo aprendiese a volar.

A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido.

Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres…., He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada.
He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre.
He aprendido que  un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrá de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo.
Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma.
Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo, te diría “Te Quiero” y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes.
Siempre hay un mañana y la vida nos da siempre otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré.
El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si  mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo.
Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles, “lo siento”, “perdóname”,  “por favor” , “gracias” y todas las palabras de amor que conoces.
Nadie te recordará por tus nobles pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos.
Finalmente, demuestra a tus amigos y seres queridos cuanto te importan”.


Gabriel García Márquez murió ayer a causa de una enfermedad que hacía años que le arrebataba poco a poco lo que él tanto amaba. Pero, como él mismo reconoció, "la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido". Y García Márquez nos ha dejado un inmenso legado que hará que siempre esté en nuestras memorias. Como un gran periodista. Como un gran escritor. Como un referente

M.


jueves, 10 de abril de 2014

El baile de la vida

"Por mucho que hayas sufrido hijo, siempre hay alguien que sufre más que tú. Y no quedan más que dos opciones: pudrirte por dentro o bailar al ritmo de la vida"
Kamikaze

Nadie dijo que esto fuera fácil, pero sí que valdría la pena. Porque a veces nos toca un vals o un tango, pero otras, la vida nos deleita con un poco de salsa. Y os aseguro que, sea el baile que sea, la música nunca deja de sonar.

Así que he decidido empezar a bailar a su ritmo. Bailar como si nadie estuviera mirando. Como si no hubiera un mañana. Bailar de verdad. Y bailar con ganas. Porque quiero darlo todo en cada paso, no importa que canción lo acompañe. 

He decidido adaptarme a ella. Aprender a bailar merengue, y el cha-cha-chá, el ballet y las sevillanas. 



He decidido equivocarme y aprender. Llorar y reír a partes iguales. Vivir cada momento como lo que es, único e irrepetible. 

He decidido darle a la vida todo lo que pueda. Y quizás un poco de lo que no. 

Pero sobretodo, he decidido buscar siempre una razón por la que bailar.

Porque sí, la vida es un regalo, y quiero aprovecharlo al máximo. Hasta que no quede nada más por ver, por aprender o por sentir. Hasta que haya vivido todo lo posible. Hasta entonces, quiero bailar. Porque no importan los malos momentos, ni cuan malos sean si hay una canción con la que acompañarlos. 

Así que voy a apostar por los pequeños momentos.  Esos que a menudo pasan desapercibidos pero nos acaban regalando grandes momentos de felicidad. 

Tomar el sol. Beber cuando se tiene sed. Quitarle el plástico a un móvil nuevo. Un beso a tiempo. El olor a gasolina. Abrir regalos. O ver la cara de felicidad de la persona que los abre. Que te toquen el pelo. Una comida familiar. Una cena con amigos. Un viaje sorpresa. Un nuevo proyecto. Una película romántica acompañada de un buen helado. Una tarde de compras. Un desayuno con tu mejor amiga. O dormir hasta tarde.



He decidido aprovechar cada uno de estos momentos, saborearlos al máximo y después, recordarlos. Porque la vida está hecha de recuerdos, así que más vale que sean buenos.

M.

jueves, 27 de marzo de 2014

Jugando a ser mayor

Solía pintarme los labios del color más llamativo que encontraba. Y los ojos. Me ponía los tacones más altos del armario de mi madre. Cogía un bolso y metía en él las cosas más insignificantes, y también las imprescindibles para mí. Después, con la cara llena de carmín rojo y lápiz de ojos, unos zapatos diez números mayores y un bolso del que sobresalía una varita mágica, paseaba por casa jugando a ser la persona en la que años después me convertiría.


Solía escribir en un cuaderno todo lo que se me pasaba por la cabeza. Jugaba a inventarme historias,  cargadas de imaginación y dotadas de una pizca, muy pequeña, de realidad. Ahora sigo haciendo lo mismo, pero mis pensamientos ya no están encerrados en una libreta bajo llave, ahora los puede leer quien quiera.

Solía hablar por los codos. En las horas del patio, no saltaba a la comba, ni hacia girar la peonza, ni intercambiaba cromos. Me sentaba con algunas amigas y no parábamos de conversar. Años después, mi madre sigue repitiéndome: "O hablas o cantas, pero nunca callas".

Solía disfrazarme de princesa, o de bailarina. Un vestido rosa o un tutú me convertían en la persona más importante del mundo. Aún sigo, de vez en cuando, soñando con ser alguien diferente. Cierro los ojos y me imagino como una gran periodista, a kilómetros de donde ahora me encuentro, con la cámara en una mano y la grabadora en la otra, dispuesta a encontrar una buena noticia. A veces, esta imaginación vuela más lejos, y me lleva a ser una gran escritora, una famosa actriz de Hollywood, o hasta una conocida bailarina.

Solía no entender las cosas de los mayores. No lograba comprender porqué estaban tan cansados que tenían que ponerse a dormir después de comer. No podía integrarme en sus conversaciones: hablaban de personas que no conocía, de primas y bancos, o de películas que no podía ver. Tampoco entendía porque se pasaban los días preocupados, con una sonrisa que se escondía detrás de unos ojos cansados

Ahora hago siestas, me uno a las conversaciones en las que hablan de la prima de riesgo o de "La piel que habito". Mis problemas se empiezan a parecer un poco más a los de los adultos, y he dejado de tirarme por el tobogán o columpiarme hasta tocar el cielo.

Pero, pese a que los años pasan, no soy tan diferente de aquella niña que se disfrazaba de princesa y jugaba a ser mayor. De hecho, creo que debería acordarme de ella más a menudo e ilusionarme al descubrir lugares que no conozco, hablarle a cualquiera sin prejuicios, o jugar a cumplir mis sueños. Y es que quizás todos deberíamos aprender un poco de aquellos niños que fuimos.


M.

martes, 18 de marzo de 2014

Feliz día "del amor incondicional"

El primer llanto. Y la primera sonrisa. El primer diente. O el primer paso. El primer día de colegio, y el último. El primer día de trabajo. El día de tu boda. El nacimiento de tu primer hijo, y del segundo, o el tercero. Podría ser mi padre. O el tuyo. No importa. De lo que no hay duda, es que habrá estado en estos momentos. Habrá sentido contigo la alegría. Y habrá llorado cuando tu lo hayas hecho.

Porque un padre es el que se ríe con nosotros pero llora a escondidas cuando nos ve tristes. El que nos exige y nos alaba. El que dice que no sabe cocinar pero nos sorprende con un plato exquisito el día que más lo necesitamos. El que dice que no tenemos novios, sino "amigos", pero nos ofrece su hombro para llorar cuando estos se van. El que nos dice las verdades, pero las maquilla si sabe que nos harán daño. El que comparte nuestras decisiones o, aunque no lo haga, las respeta. El que primero que se ríe de nuestros chistes, y en ocasiones el único. El que apuesta por nosotros y nuestros proyectos. El que quiere compartir momentos con nosotros. Y recuerdos. El que busca nuestros abrazos. El que se preocupa demasiado. El que hace de nuestros gustos, los suyos. El que cree en nosotros. El que nos riñe porque nos quiere y después, por la misma razón, se siente mal.

Porque no importa lo que hagamos. No importa cuantas veces nos equivoquemos o le hagamos sufrir. Siempre seguirá siendo, el que nos quiere incondicionalmente.

¡Feliz día del padre!

M.

¿Grabar o actuar?

Supongo que todos los corresponsales de guerra deben enfrentarse a esta pregunta alguna vez. ¿Deben grabar lo que está pasando, o dejar la cámara y ayudar? ¿Deben priorizar su profesión, o su propia humanidad?

Puede ser considerado una acto frívolo seguir con la cámara mientras, delante de tus ojos, alguien inocente está muriendo. Pero si se dejara de grabar, la imagen nunca llegaría a ser emitida, el conflicto perdería el interés que tanto les preocupa a las agencias, los corresponsales serían destinados a un país más mediático y miles de personas inocentes seguirían muriendo sin que sus historias fueran contadas. Porque lo que hacen los periodistas al decidir no dejar la cámara es precisamente eso, contar las historias que deben ser contadas. Grabar implica sobreponer la verdad a los propios sentimientos, y así, acercar el conflicto a millones de persones, que saborearán la crudeza de la guerra y reaccionarán para mejorar la situación. Grabar implica defender a las personas más indefensas. Por eso nunca  se debe dejar la cámara a pesar, y especialmente, si se tiene que grabar con lágrimas en los ojos.

Omar Silawi, Surt Shork, Rupert Hamer, Luz Marina Paz Villalobos o Miguel Gil, son solo algunos de los periodistas que dieron su vida a favor de la información. Miguel dejó de  lado su cómoda vida para cubrir los conflictos más olvidados. Viajó a Sarajevo, Chechenia y Kosovo, para cubrir grandes guerras, y murió en una emboscada la noche que grababa un gran fusilamiento. Pero la verdad no se calla matando periodistas. Matar a los periodistas solo significa matar la esperanza de miles de personas.



Así que gracias a todos ellos por dejarse la piel día tras día. Gracias por mostrarnos la realidad, aunque duela.


M.