Solía escribir en un cuaderno todo lo que se me pasaba por la cabeza. Jugaba a inventarme historias, cargadas de imaginación y dotadas de una pizca, muy pequeña, de realidad. Ahora sigo haciendo lo mismo, pero mis pensamientos ya no están encerrados en una libreta bajo llave, ahora los puede leer quien quiera.
Solía hablar por los codos. En las horas del patio, no saltaba a la comba, ni hacia girar la peonza, ni intercambiaba cromos. Me sentaba con algunas amigas y no parábamos de conversar. Años después, mi madre sigue repitiéndome: "O hablas o cantas, pero nunca callas".
Solía disfrazarme de princesa, o de bailarina. Un vestido rosa o un tutú me convertían en la persona más importante del mundo. Aún sigo, de vez en cuando, soñando con ser alguien diferente. Cierro los ojos y me imagino como una gran periodista, a kilómetros de donde ahora me encuentro, con la cámara en una mano y la grabadora en la otra, dispuesta a encontrar una buena noticia. A veces, esta imaginación vuela más lejos, y me lleva a ser una gran escritora, una famosa actriz de Hollywood, o hasta una conocida bailarina.
Solía no entender las cosas de los mayores. No lograba comprender porqué estaban tan cansados que tenían que ponerse a dormir después de comer. No podía integrarme en sus conversaciones: hablaban de personas que no conocía, de primas y bancos, o de películas que no podía ver. Tampoco entendía porque se pasaban los días preocupados, con una sonrisa que se escondía detrás de unos ojos cansados.
Ahora hago siestas, me uno a las conversaciones en las que hablan de la prima de riesgo o de "La piel que habito". Mis problemas se empiezan a parecer un poco más a los de los adultos, y he dejado de tirarme por el tobogán o columpiarme hasta tocar el cielo.
Pero, pese a que los años pasan, no soy tan diferente de aquella niña que se disfrazaba de princesa y jugaba a ser mayor. De hecho, creo que debería acordarme de ella más a menudo e ilusionarme al descubrir lugares que no conozco, hablarle a cualquiera sin prejuicios, o jugar a cumplir mis sueños. Y es que quizás todos deberíamos aprender un poco de aquellos niños que fuimos.
Pero, pese a que los años pasan, no soy tan diferente de aquella niña que se disfrazaba de princesa y jugaba a ser mayor. De hecho, creo que debería acordarme de ella más a menudo e ilusionarme al descubrir lugares que no conozco, hablarle a cualquiera sin prejuicios, o jugar a cumplir mis sueños. Y es que quizás todos deberíamos aprender un poco de aquellos niños que fuimos.
M.