jueves, 27 de marzo de 2014

Jugando a ser mayor

Solía pintarme los labios del color más llamativo que encontraba. Y los ojos. Me ponía los tacones más altos del armario de mi madre. Cogía un bolso y metía en él las cosas más insignificantes, y también las imprescindibles para mí. Después, con la cara llena de carmín rojo y lápiz de ojos, unos zapatos diez números mayores y un bolso del que sobresalía una varita mágica, paseaba por casa jugando a ser la persona en la que años después me convertiría.


Solía escribir en un cuaderno todo lo que se me pasaba por la cabeza. Jugaba a inventarme historias,  cargadas de imaginación y dotadas de una pizca, muy pequeña, de realidad. Ahora sigo haciendo lo mismo, pero mis pensamientos ya no están encerrados en una libreta bajo llave, ahora los puede leer quien quiera.

Solía hablar por los codos. En las horas del patio, no saltaba a la comba, ni hacia girar la peonza, ni intercambiaba cromos. Me sentaba con algunas amigas y no parábamos de conversar. Años después, mi madre sigue repitiéndome: "O hablas o cantas, pero nunca callas".

Solía disfrazarme de princesa, o de bailarina. Un vestido rosa o un tutú me convertían en la persona más importante del mundo. Aún sigo, de vez en cuando, soñando con ser alguien diferente. Cierro los ojos y me imagino como una gran periodista, a kilómetros de donde ahora me encuentro, con la cámara en una mano y la grabadora en la otra, dispuesta a encontrar una buena noticia. A veces, esta imaginación vuela más lejos, y me lleva a ser una gran escritora, una famosa actriz de Hollywood, o hasta una conocida bailarina.

Solía no entender las cosas de los mayores. No lograba comprender porqué estaban tan cansados que tenían que ponerse a dormir después de comer. No podía integrarme en sus conversaciones: hablaban de personas que no conocía, de primas y bancos, o de películas que no podía ver. Tampoco entendía porque se pasaban los días preocupados, con una sonrisa que se escondía detrás de unos ojos cansados

Ahora hago siestas, me uno a las conversaciones en las que hablan de la prima de riesgo o de "La piel que habito". Mis problemas se empiezan a parecer un poco más a los de los adultos, y he dejado de tirarme por el tobogán o columpiarme hasta tocar el cielo.

Pero, pese a que los años pasan, no soy tan diferente de aquella niña que se disfrazaba de princesa y jugaba a ser mayor. De hecho, creo que debería acordarme de ella más a menudo e ilusionarme al descubrir lugares que no conozco, hablarle a cualquiera sin prejuicios, o jugar a cumplir mis sueños. Y es que quizás todos deberíamos aprender un poco de aquellos niños que fuimos.


M.

martes, 18 de marzo de 2014

Feliz día "del amor incondicional"

El primer llanto. Y la primera sonrisa. El primer diente. O el primer paso. El primer día de colegio, y el último. El primer día de trabajo. El día de tu boda. El nacimiento de tu primer hijo, y del segundo, o el tercero. Podría ser mi padre. O el tuyo. No importa. De lo que no hay duda, es que habrá estado en estos momentos. Habrá sentido contigo la alegría. Y habrá llorado cuando tu lo hayas hecho.

Porque un padre es el que se ríe con nosotros pero llora a escondidas cuando nos ve tristes. El que nos exige y nos alaba. El que dice que no sabe cocinar pero nos sorprende con un plato exquisito el día que más lo necesitamos. El que dice que no tenemos novios, sino "amigos", pero nos ofrece su hombro para llorar cuando estos se van. El que nos dice las verdades, pero las maquilla si sabe que nos harán daño. El que comparte nuestras decisiones o, aunque no lo haga, las respeta. El que primero que se ríe de nuestros chistes, y en ocasiones el único. El que apuesta por nosotros y nuestros proyectos. El que quiere compartir momentos con nosotros. Y recuerdos. El que busca nuestros abrazos. El que se preocupa demasiado. El que hace de nuestros gustos, los suyos. El que cree en nosotros. El que nos riñe porque nos quiere y después, por la misma razón, se siente mal.

Porque no importa lo que hagamos. No importa cuantas veces nos equivoquemos o le hagamos sufrir. Siempre seguirá siendo, el que nos quiere incondicionalmente.

¡Feliz día del padre!

M.

¿Grabar o actuar?

Supongo que todos los corresponsales de guerra deben enfrentarse a esta pregunta alguna vez. ¿Deben grabar lo que está pasando, o dejar la cámara y ayudar? ¿Deben priorizar su profesión, o su propia humanidad?

Puede ser considerado una acto frívolo seguir con la cámara mientras, delante de tus ojos, alguien inocente está muriendo. Pero si se dejara de grabar, la imagen nunca llegaría a ser emitida, el conflicto perdería el interés que tanto les preocupa a las agencias, los corresponsales serían destinados a un país más mediático y miles de personas inocentes seguirían muriendo sin que sus historias fueran contadas. Porque lo que hacen los periodistas al decidir no dejar la cámara es precisamente eso, contar las historias que deben ser contadas. Grabar implica sobreponer la verdad a los propios sentimientos, y así, acercar el conflicto a millones de persones, que saborearán la crudeza de la guerra y reaccionarán para mejorar la situación. Grabar implica defender a las personas más indefensas. Por eso nunca  se debe dejar la cámara a pesar, y especialmente, si se tiene que grabar con lágrimas en los ojos.

Omar Silawi, Surt Shork, Rupert Hamer, Luz Marina Paz Villalobos o Miguel Gil, son solo algunos de los periodistas que dieron su vida a favor de la información. Miguel dejó de  lado su cómoda vida para cubrir los conflictos más olvidados. Viajó a Sarajevo, Chechenia y Kosovo, para cubrir grandes guerras, y murió en una emboscada la noche que grababa un gran fusilamiento. Pero la verdad no se calla matando periodistas. Matar a los periodistas solo significa matar la esperanza de miles de personas.



Así que gracias a todos ellos por dejarse la piel día tras día. Gracias por mostrarnos la realidad, aunque duela.


M.



lunes, 10 de marzo de 2014

Ya no.

No me mientas.

Siempre se te dio bien eso de fingir algo que no eramos. Construir castillos en el aire que se desvanecían con solo mirarlos. Hacerme creer la princesa de un cuento que no existía. Prometerme la luna y no darme ni las estrellas.

Siempre se te dio bien eso de fingir algo que no eramos. Pero  ahora se acabó. Ya no quiero castillos ni princesas. Ni siquiera estrellas. Simplemente espero que, por esta vez, no me mientas. No me hagas creer que esto es real. O que alguna vez lo fue. No me supliques que escuche las explicaciones que tienes que darme, cada vez en versiones diferentes. No añadas lágrimas a tus palabras, para hacer que así suenen más reales. No te molestes en intentarte convencer de lo que predicas. 

Pero tampoco pretendas que después vuelva, rogándote de rodillas que no te vayas, suplicándote un beso y derramando lágrimas por ti. No intentes que admita que te quiero, porque sabes que siempre lo he hecho.

Dicen que uno cree lo que quiere creer. Me tragué tus promesas, tus súplicas y tus historias. Pero por creer, ahora ya no creo ni en nosotros. Los dos hemos crecido, y de la misma manera que tus mentiras han ido en aumento, también lo ha hecho mi capacidad de ponerlas en duda. Así que se acabó. 

Vete, o quédate, pero asume lo que decidas. Por mi parte, y aunque me cueste decirlo, ya basta. Llegó el momento de decir adiós, de tomar caminos diferentes, de asumir que lo nuestro no fueron más que palabras. Llegó el momento de que tus mentiras se las crea otra tonta como yo, con ganas de vivir un amor de película que nunca será posible.


M.

miércoles, 5 de marzo de 2014

El poder de los sueños

Creo profundamente en los sueños. No importa que se cumplan, ni cuanto tarden en hacerlo. No importa que sean difíciles de conseguir, ni que sean absurdos. Lo único que de verdad importa es que creas en ellos. Porque los sueños hacen que la vida valga la pena. 

Hacen que te levantes cada mañana con ganas de vivir y de hacer algo realmente importante. Nos permiten evolucionar, y que lo hagamos a nuestra manera. Nos empujan a dar lo mejor de nosotros mismos, y nos llevan a ser impulsivos, pasionales, valientes, sinceros y ambiciosos. Nos permiten tener esperanza, y creer en un futuro mejor cuando todo está gris. Así que, sal, cómete el mundo, lucha por lo que quieres y nunca, NUNCA, dejes de creer en los sueños. Porque si tu no crees en ti,¿quién lo hará?

"No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños. Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque cada día es un comienzo nuevo, porque esta es la hora y el mejor momento"

M. Benedetti




M.





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